jueves, 9 de abril de 2009

Una pequeña apología

Dicen que cada quien habla de la feria según le va en ella, algo así. Digo yo que cada quien hablará de las bondades de su mano según la cantidad de placer que haya provocado, según la cantidad de eyaculaciones, según la cantidad de orgasmos. ¿Cierto?

Cuando descubrí que con mi mano, en un sube y baja constante, a veces lento, a veces veloz podía proporcionarme placer sin restricciones, casi sin límites, no pude parar, incluso hoy sigo echando mano de mi mano.

Cojo seguido, tres o cuatro veces por semana. Cuando estoy en la cama con mi hembra, comienza el cachondeo, besos ardientes, caricias provocadoras, pequeños gemidos, humedad y erección.

Le encanta que le bese el cuello, los hombros y los senos. Grita, se vuelve loca y en su desesperación abre las piernas, toma mi mano y la coloca en su clítoris. Adora que le bese las piernas y no se resiste a unas mordiditas en las nalgas.

Ella toma mi pene lentamente, lo acaricia y no, toca mis testículos, mis nalgas y no deja de besarme. Comienza a masturbarme, lo hace lentamente, después con un poco más de intensidad y siempre suele preguntarme en un susurro "¿te gusta?". Asiento con un gemido.

Sigue porque sabe que me encanta y me tiene a sus pies, le gusta dominarme, le gustan mis gemidos que provoca su mano. Ella está más mojada.

Siente que me está matándo de placer y usa su boca. La mama con un delicadesa celestial. Gime y vuelve a susurrar un débil "¿te gusta?". Es una pregunta innecesaria, ¡sabe que me está matándo!

Vuelve a usar su mano, ahora con más intensidad y yo siento que termino. Para. Otra vez su boca, mi pene, dice ella, se va hasta las anginas, lo mama despacio, suave, lo lame y nuevamente hasta el fondo. Ahí se queda por unos segundos y su lengua hace lo suyo con mis testículos. No puedo hacer más que gemir y estremecerme. ¡Es el cielo!

Apenas acaricio con mi lengua sus pezones, casi no los toco y ella se retuerce en la cama. Gime y susurra "ya, ya, ya". Quiere que la penetre.

Es mi turno. Mi mano se desliza lentamente entre su vello púbico. Todo está mojado. Acaricio lentamente con la yema de dedos, acaricio más, en círculos y termina. Dice que está a punto de desmayarse.

Revive, se arrodilla y me la sigue mamando. Es una bestia, la tengo a mis pies pero ella es la que me domina. "Vente amorcito, ya vente". Se separa un poco y abre la boca. Me masturbo frente a sus labios y termino. Bebe hasta la última gota de mi semen. Quedé al borde del desmayo.

¿Qué haríamos en la cama sin las manos? Una mano bien merece un monumento.